• Reseña Historica

     

    Un christo con la cruz a cuestas 1597-1694

    El 6 de junio de 1607, diez años después de la aprobación de las reglas dictadas por el ilustre escritor Mateo Alemán, se realizaba el contrato entre la Hermandad de Nuestro Padre Jesús nazareno y el escultor Francisco de Ocampo para la ejecución de una talla que sirviera de imagen titular de la corporación. El artista, en presencia del alférez mayor de Carmona, Lázaro Briones Quintanilla, y los clérigos Gregorio Pacheco y Lúcas Martín, se comprometía a crear una imagen del tamaño de “un hombre de siete palmos e medio y que la hechura dél sea de la misma trasa e hechura del cristo questá a las espaldas del Sagrario de la Santa Ygrecia desta ciudad ensima de las gradas”. Esto no resultaba del todo extraño, ya que la obra mencionada era una pintura de Luis de Vargas que le fue encargada por el Cabildo hispalense en 1561 y respondía, de hecho, a las necesidades planteadas por la Hermandad en el momento de su creación.

    En la actualidad, los orígenes de Nuestro Padre siguen siendo inciertos, si bien han sido varias las hipótesis que los han querido situar en distintos puntos a lo largo del siglo XVI, haciendo especial hincapié en su lugar de nacimiento, esto es, la ermita de nuestra señora del Real. A este respecto, si sabemos de la existencia de dicho emplazamiento: por ejemplo, en 1494, tras el terremoto que sacudió Carmona, tenemos constancia que en ella celebró concejo el Cabildo, ya que en junio una pestilencia azotó la ciudad, afectando a la población intramuros; también en 1513, fray Juan Lasso de la Vega, visitador del arzobispado, dio la bendición para la transformación de la ermita en iglesia, tras la aprobación en 1510, por parte de Julio II, de la construcción de un monasterio franciscano en Carmona.

    Antonio Leria, en su libro “Cofradías de Carmona: de los orígenes a la ilustración”, agrega que según cuenta la leyenda del mozárabe Valerio, recogida por distintos cronistas de la ciudad, el rey Fernando III, en agradecimiento por la conquista de Carmona, mandó construir una ermita en el emplazamiento donde estuvo situada su tienda durante la batalla, “a la parte de Sevilla, hacia donde se inclina el Austro, en un campo llano”. En otro manuscrito, encontramos que en este mismo lugar se alzó “una ermita que está a la entrada de Carmona como se va de Sevilla a que se dice la ermita de nuestra señora del Real”. Por último, en 1602, un anónimo nos habla de que Enrique II levantó su tienda “donde ahora es la ermita de nuestra señora del Real”, contradiciendo, en cierta manera, lo recogido en las fuentes ya citadas.

    Es muy probable que la ermita, antes de pasar a formar parte del convento de Concepción, fuese alterada en su estructura original con el fin de rehabilitarse como iglesia de santa Isabel de los Ángeles; en 1561, vuelven a aparecer noticias escritas sobre ella y en 1586, se decidió actuar con motivo de su progresivo abandono y posterior ruina. Así pues, nuestra señora del Real debió estar funcionando como ermita hasta mediados de siglo para, posteriormente, pasar a ser iglesia conventual. Posible prueba de sus orígenes y emplazamiento en el hipotético lugar donde el rey santo ubicó su tienda durante la conquista, es una talla en piedra de la Virgen con el Niño que puede datarse hacia 1400, y que las monjas custodian en la clausura.

    Mas allá de todo esto, sí podemos afirmar que, en 1600, la Hermandad de Nuestro Padre se había trasladado a la Parroquia de San Bartolomé, muy posiblemente desde la comentada ermita, como veremos más adelante.

    Si el lugar de nacimiento de la Hermandad no deja de ser un tema no exento de polémica, lo mismo ocurre a la hora de intentar datar su fundación. La estrecha relación y los fuertes vínculos con la Primitiva Hermandad de los Nazarenos de Sevilla, conocida popularmente como del Silencio, ha suscitado una serie de confusiones a este respecto. Al igual que en el caso de Nuestro Padre, fue Mateo Alemán quién, en 1578, redactó las reglas de la hermandad sevillana, hecho que ha provocado el que se quiera identificar esta misma fecha con la fundación de la corporación de Carmona. Nada mas lejos de la realidad. Tal y como señala Antonio Leria, “el origen de Nuestro Padre debería remontarse a la fase final del primer y autentico periodo de la ermita, la que media entre la aprobación del monasterio hecha por Julio II y la autorización para ocupar aquella (…) Entre mil quinientos diez y trece.” Es decir, habría que retomar a las primeras décadas del siglo en las que comenzaron a aparecer las primeras asociaciones pasionistas, dentro de las cuales cabe la posibilidad que se hallase la nuestra.

    Algo parecido encontramos al tratar los aspectos relativos a sus primitivos fundadores. Contrariamente a la hipótesis de que fuera un grupo de sacerdotes los encargados de dar los primeros pasos en la historia de Nuestro Padre, es muy probable que este colectivo no estuviese compuesto de clérigos sino de vecinos legos. No hay que olvidar que los primeros años del siglo XVI constituyeron una sucesión de acontecimientos que desencadenaron una importante baja económica de la población de Carmona. en 1504, un terremoto afectó a la zona occidental de Andalucía, obligando a reparar buena parte de los edificios y murallas que habían quedado en pie; 1506 fue un hambre de malas cosechas y de hambre. Una epidemia de peste hizo su aparición en 1507 mermando buena parte de la población y entre 1508 y 1509 volvió a aparecer el fantasma de la crisis económica. Muchos carmonenses se lanzaron a la aventura del Nuevo Mundo y otros tantos intentaron sobrevivir en la ciudad de la mejor forma posible. De tal manera, no es de extrañar que fuera por estos años cuando se inicien las primeras asociaciones de legos, muchas de ellas destinadas a la realización de obras de caridad y a la ayuda de los más necesitados.

    Como ya hemos comentado, la Primitiva Hermandad de los Nazarenos de Sevilla aprobó sus reglas en 1578, siendo Mateo Alemán hermano mayor; veinte años años mas tarde, y a imagen y semejanza de las del Nazareno sevillano, el mismo escritor redactó las primeras reglas de Nuestro Padre, transformándose en filial de la corporación hispalense. El escrito consta de dos reglas independientes; una de carácter general y otra de presos, formando un total de cuarenta y cinco capítulos, si bien varía en su número de paginas dependiendo de las distintas copias que de ella se conservan.

    Entre otros muchos elementos, se estipularon los fines de la Hermandad: dar culto a la Santa Cruz de Jerusalén que, a raíz de aquí, se convertiría en su emblema (“las cinco cruces de Jerusalén, porque cinco fueron las edades del mundo antes de la venida de Cristo y cinco las llagas de su pasión”); venerar a Jesús Nazareno, estación de penitencia la mañana del Viernes Santo, practicar obras de caridad con los hermanos y presos de la cárcel y enterrar a los muertos. A partir de aquí, Nuestro Padre pasaría a ser Hermandad de penitencia, dejando atrás su pasado como corporación pasionista.

    El 24 de junio de 1600 se concedió el traslado de la Hermandad a la parroquia de san Bartolomé aunque no fue hasta 1609 cuando disfrutó de capilla propia. un año antes, se había solicitado un corral que se encontraba en el muro de la epístola y un callejón cercano para poder realizar las obras oportunas de la nueva ubicación. En los años que oscilan entre el traslado y el alzado de la nueva construcción, tenía culto una primitiva imagen titular, presumiblemente un nazareno, aunque hubo de ser talla de segunda fila ya que fueron pocos los años que pasaron hasta la efigie de Francisco de Ocampo.

    El encargo de una nueva imagen puso de manifiesto una serie de factores: en primer lugar, la hermandad debía de gozar de una posición económica desahogada, lo que hizo que fuera posible la compra de solares y la posterior construcción de la capilla, por lo que era casi obligado sustituir la talla primigenia por otra que respondiese a las nuevas necesidades de la corporación. Además, el Concilio de Trento había establecido que las imágenes saliesen a la calle en un afán evangelizador que respondía, con creces, al ataque protestante que se desarrollaba por entonces por media Europa. De esta manera, es muy posible que los hermanos de Nuestro Padre aprovecharan tales circunstancias para encargar una nueva figura a Francisco de Ocampo el día 6 de junio de 1607.

    El nuevo Nazareno fue bien acogido desde el mismo momento de su creación. A finales del siglo XVII, los hermanos introdujeron un Cirineo, atribuido a José Felipe Duque Cornejo, que provocó el cambio de posición de la cruz y, en consecuencia, una leve alteración en la postura de las manos. Este factor se debió a una variación en la estética preponderante y puso de relieve la transformación iconográfica que se estaba llevando a cabo. Dentro de los cambios acaecidos en esta época, destaca el encargo efectuado por la Hermandad a Nuncio Onibense y Valentín Quarésima, orfebre y ebanista respectivamente, de una cruz de carey y plata.

    En definitiva, la efigie de Nuestro Padre se vio inmersa en una apoteosis barroca que no sería reemplazada hasta entrado en siglo XIX, siendo el paso sustituido por uno de nueva hechura.

    Otra particularidad fue la introducción del culto a la Inmaculada: la defensa de la pura y limpia concepción de la madre de Cristo, “sin pecado concebida”. No se trataba de nada nuevo ya que a comienzos de siglo se había producido en la capital hispalense una oleada de fervor y defensa del dogma de la Inmaculada Concepción, capitaneado por Miguel Cid y provocó un gran revuelo en la ciudad. El 29 de septiembre de 1615, Tomás Pérez, Hermano Mayor de la Primitiva Hermandad de los Nazarenos de Sevilla, realizó solemne voto y juramento en custodia y creencia de la concepción de María sin pecado original; pocos años después, sería su filial en Carmona la que abrazará la afirmación de este nuevo dogma de fe que impregnaría todo el siglo de procesiones, lienzos, esculturas, escritos… que proclamaban la pura y limpia concepción de la Virgen.


     

    Pertransivit gladius 1694-1799

    Un siglo después de su fundación la hermandad de los nazarenos de Nuestro Padre Jesús de Carmona es una institución consolidada centrada en el culto a la Santa Cruz y, según recoge su regla inicial, en dar limosna a los pobres, visitar a los presos y enterrar a los muertos. Movimientos todos agrupados en el discurso taumatúrgico que la imagen titular y la defensa de la Inmaculada propician.

    Apenas en otros cien años, la corporación venera a dos nuevas imágenes marianas, centra su quehacer en un cortejo procesional mucho mas vistoso y simbólico, e incrementa notablemente su patrimonio. La bonanza económica, los ecos de la contrarreforma, la creación de nuevas asociaciones religiosas locales y un nuevo sentido estético más naturalista y cercano al espectador, irrumpen en la hermandad de Nuestro Padre concluyendo en un cambio que hace irreconocible la empresa de los fundadores.

    El dieciséis de abril de mil seiscientos noventa y seis llegan a Carmona las manos y rostro de la dolorosa que la corporación había encargado a José Felipe Duque Cornejo y Francisca Roldán, su mujer, encarna. El tallista local Juan del Castillo la ensambla, coloca candelero, miriñaque, apósitos -lágrimas y pestañas- y presenta a la institución.

    Hasta ese momento las referencias marianas de la entidad son la Inmaculada Concepción y la virgen de los Remedios, imagen del convento de Concepción a la que anualmente le dedican quinario en san Bartolomé. Sin embargo, pronto la dolorosa es acogida con veneración por los fieles.

    Entre tanto otra devoción hace aparición. Fray Isidoro de Sevilla, místico capuchino, predica el septenario de la virgen de los Dolores y desde el púlpito trasmite la visión celestial que cuatro años antes había tenido en su celda. María como Pastora cuida al rebaño de las Almas. Una mirada naturalista de la religión, mas cercana, cala en la corporación que en menos de un año recibe al capuchino como hermano y realiza una talla de la imagen a la que se eleva retablo en la capilla.

    Ambas, Dolores y Pastora, vienen a sustituir a Remedios e Inmaculada ejemplificando la ruptura entre antiguas y nuevas “maneras” mas necesitadas del espectro teatral y ejemplificador.

    La metamorfosis que sufre el conjunto de Nuestro Padre es el tercer y definitivo elemento de transición. a la imagen del nazareno se le une un Simón de Cirene de rasgos naturalistas que altera el sentido iconológico del misterio representado. Nuestro Padre carga ahora una cruz plana de plata y carey ayudado por el Cirineo pasando de la segunda a la quinta estación del vía crucis. Crean así un conjunto de honda raíz barroca que presenta a Cristo sufriente y cargando con los pecados del hombre, “coge tu cruz y sígueme”. De modo que termina con la frialdad del sentido salvífico y taumatúrgico que auspicia el manierismo y regresa al naturalismo expresivo, que antepone el valor estético y pedagógico.

    Estos cambios, aparentemente superficiales, tienen origen y consecuencias sustanciales en la rutina de la hermandad. Como muestra fehaciente, la propia procesión del Viernes Santo ve aumentar el cortejo persiguiendo un sentido catequético para el espectador.

    Durante tres horas de recorrido de la estación de penitencia se suceden diversos episodios del Camino del Calvario por las calles de Carmona. Escenifican la escolta de la guardia de Cristo quien cae tres veces y es socorrido por Simón de Cirene; se encuentra con las Marías y Verónica le enjuaga el rostro; san Juan corre a María para contarle lo sucedido; y, finalmente, madre e hijo se encuentran al fin del camino.

    El cortejo alude al estadio final, muerte de Cristo, y por tanto lo representado se entiende como un entierro. Cristo portado en una “urna” está escoltado por sus allegados y María que ejerce de madre, reina y sacerdote.

    El muñidor abre la cofradía tañendo las campanas de plata y, a su lado, cuatro nazarenos hacen sonar las bocinas con los lastimeros ecos que recuerdan las trompetas del Juicio Final. El estandarte de la corporación y veinticuatro Nazarenos anteceden a la parihuela de la Verónica vestida de luto con el paño con los tres rostros de Cristo (Vero icono). Tras ella, el demonio y la muerte atados por los pies se mofan de los niños que presencian el cortejo. Cristo ha muerto y ellos dominan el mundo por tres días. Finalmente, la urna de Nuestro Padre acompañada por Simón de Cirene.

    La escena del misterio se lleva a cabo en otro plano diferente al del resto del cortejo. Es una imagen sagrada que se presenta ante el fiel y, como tal, se subrayan iconográficamente las distancias, a modo de rompimiento de gloria, mediante la distancia -pasea por encima de la cabeza de los espectadores- y el uso de la luz (símbolo de Dios desde las teorías medievales de Dionisio Aeropagita). La separación entre ambos planos la ejecuta el canasto dorado y los dieciséis ángeles que porta, ejerciendo de nube dorada. El nazareno vestido con túnica de terciopelo rojo, color del sacrificio, bordada en oro y coronado por espinas de plata y, desde mediados de siglo, tres potencias.

    Cuatro niños vestidos de ángeles con sendas cruces plateadas guardan las esquinas del misterio, componiendo, junto con la del nazareno, la Cruz de Jerusalén. Veinte armados escoltan al misterio. Todos llevan picas menos el tambor, el trompeta y el portasenatus. El estruendo que realizan alude a las tormentas que se dan tras la muerte de Jesús. En el centro el capitán con un pajineta elegantemente ataviados.

    El tramo de palio se inicia con la manguilla con paño morado y cruz velada. Otros veinticuatro nazarenos, de los que algunos autores creen que llevan hachetas sin luz, y un pequeño paso con san Juan vestido de terciopelo morado. Concluye el cortejo con el enlutado palio de plata y terciopelo con ocho varales, faldones simples con la cruz de Jerusalén, aderezado apenas con dos faroles y alguna flor. Sobre peana argéntea de flores y putis, la virgen de los Dolores coronada como reina con la luna a sus pies, tal y como la presenta en la Apocalipsis san Juan. Una madre herida en el alma, como reza el puñal de su pecho y la filactelia que recoge el paso, que alude tanto a su titulo como al propio sentir servita. Finalmente, se viste de luto con alba sobre la saya, estola con símbolos de la pasión y toalla con tres clavos y corona en las manos dentro del papel de sacerdotiza que presenta al Padre el sacrificio de su hijo por salvar la humanidad. Así se presenta María en este duelo en tres facetas diferentes e iconológicamente complementarias. Tras ella la representación del preste y mujeres enlutadas.

    En este contexto un grupo de hermanos comienzan a congregarse para venerar a la virgen de los Dolores a traves del rosario comunitario, una nueva práctica iniciada con el siglo que tiene tal acogida en la provincia que pronto aventaja a las congregaciones penitenciales.

    El presbítero, beneficiado de la parroquia de Santiago, Bartolomé Ximénez del Hierro es el principal instigador de la devoción. Bajo su dirección un grupo de hermanos consigue del obispo Luis Salcedo la aprobación de una asociación rosariana el veintitrés de marzo de mil setecientos treinta y nueve que, seis meses más tarde, se convierte en agrupación mixta agregada a los Servitas. Para conseguir tal privilegio la congregación tiene que elevar retablo de honor a los titulares de la orden cuya hechura costea el presbítero.

    Es durante estos años cuando la capilla se transforma radicalmente adquiriendo el aspecto actual.

    A su muerte el beneficiado se hace enterrar a los pies de la capilla y deja lámpara de plata, realizada con su vajilla, y ángel que la sostenga para que siempre esté encendida iluminando a la imagen de los Dolores.

    Tras la muerte de la primera generación de devotos se crean dos facciones. Esclavas y Siervos de María solicitan, a finales de la década de los noventa, nuevas reglas que los legitime y se embarcan en un pleito que dura varios años.

    Autos, declaraciones y disposiciones se suceden en un enzarzado litigio durante el que los Esclavos, en el año ochenta y uno, consiguen la aprobación de sus reglas por el Real Consejo y una orden que les permite salir de san Bartolomé en rosario como Congregación de mujeres de nuestra señora de los Dolores. De modo que obtienen el monopolio de la dolorosa carmonense y expulsa a los Siervos de la parroquia.

    A partir de entonces esclavos y siervos, asentado esta como Orden Tercera en la Iglesia del Salvador, se disputan la importancia de la devoción, elevando fastuosos retablos efímeros para los septenarios y cultos.

    A fines de la decimoctava centuria las arcas de la hermandad son una de las más acaudaladas de la provincia. Para sufragar gastos de procesión, funciones, sufragios y tributos, tienen un colchón de nueve mil reales anuales ingresados a través de rentas, rústicas y urbanas, y tributos, a los que se unen limosnas.

    De este modo llegamos al año ochenta y seis en el que Carlos III deroga todas las reglas de asociaciones pías y la hermandad vuelve a transformándose.

     

    La voz del silencio 1799-2007

    José Bonaparte al ocupar el trono de España decreto la supresión de las órdenes religiosas, exclaustro a sus miembros y desamortizó sus bienes, y decretó en consecuencia la extinción de las órdenes terceras así como las hermandades establecidas en los conventos, aplicando sus bienes a la nación. Las desamortizaciones habían comenzado con Carlos III y terminaron con Alfonso XIII, tras siglo y medio de incautaciones, cuya fase decisiva para las hermandades será la impulsada por Mendizábal en el reinado de Isabel II.

    Las desamortizaciones supusieron un golpe que se unió a la doble aprobación (civil y eclesiástica) exigida a las cofradías desde la Baja Edad Media, incumplida por sistema y recordada con apercibimiento por el propio Carlos III. Pero tampoco este precepto se cumplió a rajatabla, pese a que las hermandades renovaron sus reglas a medio plazo. La de Nuestro Padre Jesús Nazareno fue autorizada por Real Provisión de 13 de noviembre de 1799, y en su capítulo séptimo definió a la cofradía como la procesión del Viernes Santo, es decir, la hermandad de penitencia en la calle. Compuesta por campanillas, la manguilla, las esclavas de la virgen de los Dolores y sus devotas con la insignia de la esclavitud, los estandartes y las insignias propias de la hermandad con los hermanos a cara descubierta, los convidados y el paso de la Verónica, doce hermanos con cirios, el paso del Nazareno, el paso de san Juan Evangelista, la música, el clero, otros doce hermanos con cirios y el paso de palio.

    Hacia mediados del siglo XIX sacar a Nuestro Padre costaba más de dos mil reales, y extraordinariamente costó hasta seis mil seiscientos en 1851, cuando contó con un cortejo de lujo: un piquete de la guardia civil a caballo seguido del estandarte y seis nazarenos, el simpecado, la esclavitud de los Dolores, la cruz y un tramo de nazarenos, el simpecado y otro tramo, la música del regimiento de León, los armados, la Verónica, representada por una niña, el paso de misterio, nazarenos el paso de san Juan, los convidados, nazarenos, tres coros de ángeles, las tres Marías, representadas por niñas, la cruz parroquial, el clero y el palio, presidido por el hermano mayor y el alcalde de la ciudad con una comisión municipal, y de nuevo, cerrando la comitiva, la guardia civil a caballo.

    Al perder sus bienes inmuebles, las hermandades buscaron nuevas fuentes de financiación para los cultos y demás fines y las hallaron en el enterramiento de los hermanos, apareciendo las patentes y los reglamentos impresos de Nuestro Padre de 1848, 1881, 1899 y 1917. Y fue entonces cuando volvieron los pobres como acompañantes en los entierros. A los que pintará al cabo de un siglo Juan Rodríguez Jaldón.

    Desde la gloriosa revolución de 1868 que puso fin al mandato de Isabel II hasta la restauración monárquica con Alfonso XII, a finales de 1874, el mundo cofrade estuvo prácticamente en suspenso.

    Los costaleros fueron luego la novedad, cambiando las maniguetas por trabajaderas en torno a 1911, cuando el fotógrafo Pinzón retrató la salida de Nuestro Padre. Esto permitió la ampliación de las parihuelas, con lo que el palio de la virgen de los Dolores pasó de cuatro a cinco varales. Aunque los pasos siguieron saliendo a hombros en Carmona hasta la introducción del estilo sevillano, a cuello, en el último cuarto del siglo XX. La imagen desfilaría de este modo por primera vez en 1979 y Nuestro Padre en 1980.

    Con ello, la sevillanización de la Semana Santa (que en otros aspectos venía del siglo XIX, incluso de antes) estuvo definitivamente servida.

    La proclamación de la II República en abril de 1931 hizo que algunos hermanos mayores y cofrades hispalenses formaran una comisión que dio lugar a la Federación de Hermandades, Cofradías y Asociaciones Pías de la Diócesis de Sevilla, por cuya influencia dejó de salir de repente la hermandad de Nuestro Padre, celebrando a partir de entonces triduo cuaresmal y función en la fiesta de la Cruz con la mayor solemnidad posible, incluso imprimió las convocatorias y hasta estampas con fotografías del Nazareno y con el altar de cultos de levantó en 1932 y 1934.

    Las cofradías salieron de nuevo a la calle a partir de golpe de estado del general Franco, incluso durante la guerra civil y, como en la década de los veinte, las subvencionó y las presidió con asiduidad el ayuntamiento. Nuestro Padre fue la única que salió en 1937, en 1938 no salió ninguna y en 1939 lo hicieron la Expiración y la Quinta Angustia, además de Nuestro Padre.

    La normalización de la salida y la renovación de enseres, en general, y de pasos, en particular, fueron los objetivos de las hermandades durante el periodo de la autarquía y, así, en la década de los cuarenta, fue sustituido nuestro paso de misterio.

    El desarrollismo de la década de los sesenta trajo a Carmona, por el contrario, la emigración en busca de trabajo, con la consiguiente merma de población, disminuyendo, lógicamente, los cofrades. En el ínterin, la renovación del concilio Vaticano II llegó tímidamente a la Semana Santa con las Ordenanzas del Cardenal Bueno Monreal de 1967, especialmente preocupadas por la música, el acompañamiento y la disciplina en las procesiones, haciendo hincapié en la piedad de los participantes. Este giro en la iglesia descolocó a los viejos cofrades y las hermandades decayeron. Pasando a ser Nuestro Padre cofradía de silencio.

    El regionalismo consecuente a la autonomía administrativa de Andalucía, la redacción y la sanción del Estatuto llamado de Carmona en diciembre de 1981 devino, entre otras cosas, en la recuperación de tradiciones y costumbres populares, con especial reflejo en la religiosidad popular, sobre todo en la Semana Santa.

    La afiliación aumenta en las hermandades, en particular la femenina, y los nazarenos también. De modo que Nuestro Padre no ha dejado de crecer desde entonces. Contando en el presente con unos setecientos hermanos y doscientos nazarenos.