• María Santísima de los Dolores

     

    Una fuerte renovación estilística sacude al mundo cofrade en el último tercio del siglo XVII. Son los nuevos aires del barroco que emergen desde el psiquis a la forma. Un estilo naturalista, trágico, teatral… y, a la vez, apolíneo, cercano y popular, que no es más que la plasmación de un periodo ambiguo, lleno de boato y miseria al mismo tiempo. Haciendo uso de la “Kalocaganthia” las cofradías imprimen a sus procesiones un valor catequético impuesto desde el Concilio de Trento, estando más cercanas al teatro sagrado que al acto penitencial que hoy se lleva a cabo.

     

    Esta evolución estética se concreta en la Hermandad de Nuestro Padre Jesús Nazareno de Carmona en la renovación de todo su cortejo. Finalmente, la mayor novedad de este periodo es la creación de la imagen de Nuestra Señora de los Dolores, quien será su nueva titular.

     

    El dieciséis de abril de 1696, según consta en las cuentas conservadas en el archivo de esta corporación, Juan del Castillo recibe del entallador José Felipe Duque Cornejo la cabeza y las manos que había cincelado. Este artista pertenece a una de las más importantes sagas de escultores del barroco, los Roldán. Es marido de Francisca Roldán Villavicencio, nieta de Pedro Roldán e hija de Luisa Roldán “la Roldana”; y padre de Pedro Duque Cornejo. Una vez recogidas estas piezas el mismo Juan del Castillo realiza el torso, miriñaque, articulaciones y termina colocando los apósitos clásicos de estas tallas, es decir, lágrimas de cristal, pestañas, tarima…

     

    La encarnadura la lleva cabo al año siguiente Francisca Roldán, según el recibo del que se hace eco el profesor Hernández Díaz en su monografía sobre Pedro Duque Cornejo de 1983.

     

    Tanto el torso como el resto del cuerpo se restauran y restituyen en diversas ocasiones durante el siglo XVIII, mientras que el rostro y las manos, a tenor de la documentación, no se tocan. Este hecho se repite aproximadamente cada diez años y se debe al maltrato que sufre la imagen durante las procesiones del Viernes Santo, en las que se llevan a cabo las conocidas “carreritas” y el “abrazo” entre Cristo y María, además de otros encuentros del mismo tipo.

     

    La talla se venera con la advocación de los Dolores. Alrededor de esta nomenclatura el párroco de Santiago de esta ciudad, Bartolomé Ximénez Hierro, concreta un rosario de mujeres, luego una hermandad de Siervos y, finalmente, una tercera servita que, tras un pleito, se desvincula de esta corporación.

     

    Hoy en día, al encontrarnos ante esta imagen vemos el mismo rostro que durante más de trescientos años los carmonenses han venerado. Es una imagen de candelero de tamaño natural. Sobre un esbelto cuello se yergue el rostro inclinado de una mujer de avanzada edad, ovalado con tendencia a la redondez, de tez fina, con encarnadura blanda, muy pálida y algo sonrosada en sus mejillas, lo normal en las dolorosas del periodo. La nariz recta y alargada articula el rostro de forma simétrica, sólo alterado por el dispar número de lágrimas. Los ojos sobresalientes, hinchados por el dolor, se enmarcan por dos cejas muy marcadas. En definitiva, son unas facciones claras, un perfil muy clásico inserto en los cánones griegos.

     

    La Virgen de los Dolores es madre, reina y sacerdotisa según su iconografía. Quizás lo que más llame la atención sea el último de estos términos.

     

    Sin embargo, debemos recordar que la procesión de Semana Santa auténticamente barroca se concibe como un entierro y María es quien cierra el cortejo vestida de sacerdotisa y ofreciendo al Padre el Sacrificio de su Hijo. De este modo se reviste de luto con un sobrepelliz, signo de pureza del alma, encima una estola con los instrumentos de la pasión y en sus manos una toalla sobre la que reposa la corona de espinas y los clavos. A sus pies una luna de plata con las puntas hacia arriba, iconografía que proviene del Apocalipsis de san Juan. Aunque hay iconógrafos que le dan una interpretación con sentido religioso-político en el que se simboliza la victoria de la Iglesia sobre el Islam. Y la corona tiene el mismo sentido apocalíptico. En el pecho ostenta un corazón cruzado por un puñal, trasposición de la profecía de del viejo Simeón, además de ser también ser el escudo de los Siervos de María.

     

    Otros objetos a ella adyacentes hacen nuevamente alusión a estos temas. Es el caso del paso de palio en que procesiona desde fines del siglo XVII y del suntuoso ajuar de joyas y vestidos con piezas que datan del siglo XVIII.

     

    Todos estos objetos dorados que envuelven a la imagen son signo de la luz, y esa no es más que la representación del espacio divino. De manera que el que lo contempla sabe que se encuentra ante una escena celestial.